Nada en la Naturaleza podría llevar el ánimo, el agobio, o el gozo que el hombre podría llevar. A ninguna criatura le quedan mejor los predicados que a aquél que las pueda pronunciar. Habla, aquello que tiene noción de un hado poético, lo que se sabe siempre fatalmente después. Pausas para preguntas, o el vértigo de una palpitación agónica. ¿Qué otra criatura se aferra tanto a lo que ya no está en sus manos más que como ecos y huellas? Loquequedatrás y loqueaúnoes. Siquiera el aferrarse, mas bien lo que va creando con el decir, siempre después, o siempre antes, ornamentando una expiación constante, o amando, como ante el pavor al vacío - entonces, resistir. Lo Antes y lo que Vendrá – estar justo al medio, en la encrucijada donde sólo nosotros estamos exentos de estaciones. Un testimonio vulnerable, mientras todo cumple sus ciclos, no habiendo más voces en el universo que los que se saben muriendo. (Sólo el vivir hago, amaneciendo y surgiendo, otra y otra y otra vez, desde el soñar que me recubre con acertijos antes que el sol se propague, y la vigilia vocifere mi sentir constante). Por siempre después, por siempre testigos. No hay silencio, sólo un constante clamor debajo de tupidas insistencias. Y el origen de una redención, de un renacer, fulguran, impactan y se anuncian moldeando, sin palabras – acaso, ¿dice algo el viento?… ¿puedes determinar de dónde viene o a donde va? Hush.

un cabello cae. una roca cae. parece abrirse el aire como un perpetuo propiciatorio, y la tierra detiene por un instante, otra vez, su gemir, recibe un impacto, y una ola a lo lejos, en el océano, testifica una sílaba más, al canto general de los que caen. Todo cae, y no recuerdo nada de ello sin que un impacto me relate la trayectoria hecha. En lo contuso, después, se crea el relato. La sangre gira, danza, el viento también, y el mundo. la luz que limosna el cosmos, a la humilde reducción de cada grano de tierra, de cada rincón sensible que recuerda, amaina el ardor oscuro de ser. Fuego negro donde se acuna el latido, hoguera intensa de eclipses coagulándose. Pechos desiertos, pechos-cáliz, de barro forjado, vasos de barro perpendiculares a las nubes, manos abiertas, Mundo abierto, en común tienen su vacío dispuesto, su sensibilidad penitente, su sensibilidad rabiosa, su piel viva exhumándose, floreciendo friccionando las caídas impetuosas, contra la gravedad que la llama constantemente, y se abre paso propiciándose a lo que se vaya depositando en caída, en caída siempre y rebotando con danza airosa. Lo que se rinda, merece que lo callen los vientres que nada tienen que entregar a la historia, que yace girando acá donde nos dolimos, donde nos arengamos sonriendo y clamando más terribles que las estrellas que mueren sin anuncio. Estos abandonos hasta abajo, estas miradas hacia arriba, interminablemente arriba, todo este rodar y danzar, esta reconciliación, este restaurar, este perdonarnos… no tienen en común mas que estas manos vacías y prestas partiéndose el cielo, abriéndose la tierra, eclosiona el mundo, musical y tempestuoso, mamando de lo inmenso, del abismo denso y colosal, lo que cae, aquí, amor, en el rincón donde nos condolemos, donde la mirada no para de extraer abismos, donde la boca aún no se cierra ni el corazón insaciables (sirve al cáliz y al desierto todo lo que cae no nos queda nada más que estar abajo de todas las fuentes que derraman y derraman vida…)